La tontería del prójimo en los negocios



Cada cierto tiempo suelo empezar de cero para crear un nuevo negocio. Es mi pasión. Es lo que descubrí cuando atravesé mi propio abismo. Y me encanta hacerlo. Independientemente de si mi nuevo negocio resulta bien o no, me encanta hacerlo. Eso es lo que disfruto. Me apasiona. Cada vez que empiezo a idear un nuevo negocio y echarlo a andar me emociono hasta el delirio. No sé, pero ese sentimiento es solo comparable con el que sentía cuando jugaba con mis hijos cuando eran pequeños. Nos divertíamos tanto haciendo tonterías y media que yo deseaba que aquel momento no terminara nunca. Y esos recuerdos son más valiosos todavía para mí pues en aquella época yo apenas si lograba poner comida en la mesa. Pero sin importar aquello, los momentos en familia para mí eran verdaderamente maravillosos. Me hacían ver que todo en esta vida valía la pena. Que sin importar cuántas veces hayas caído o si tenías dinero o no la vida siempre se podía disfrutar a manos llenas. Me hacían entender que la vida no solo era una búsqueda incesante de bienes materiales. La vida te pone frente a situaciones difíciles, pero también te pone frente a situaciones maravillosas. Es una cuestión de elección si uno decide disfrutar o no aquellos momentos maravillosos y atesorarlos como el bien más preciado que uno puede tener para luego recordarlos y volverlos a vivir plenamente. Eso para mí es haber vivido plenamente. Quizá esté equivocado, pero para mí es así. No lo puedo explicar de otra manera. Y así cada quien disfrutará de sus propios recuerdos y tendrá sus propios tesoros guardados. Otra cosa es perseguir un sueño que nos hace infelices creyendo que nos dará felicidad o permanecer en una realidad que nos llena de desdicha, sacrificando todo aquello que nos podría hacer la vida más agradable. Eso es una tontería.
Perseguir el sueño de convertirnos en millonarios sin importar qué hagamos o a quién lastimemos me parece una misión de tontos. O permanecer en un empleo que nos desagrada solo por no tener la valentía de dar ese salto de fe hacia nuestros sueños también me parece suicida. La tontería del prójimo se hace más evidente cuando, sin importar su conocimiento se muestra reacio a aceptar un cambio en su mente y, por tanto, en su comportamiento o conducta, más aún si ésta está claramente relacionada con lo que le provoca malestar. Tampoco se debe perseguir un sueño a costa de cualquier precio. No. Así solamente seríamos buitres en busca de carroña. Y a nadie le gusta tratar con buitres.
La razón por la que yo decidí atravesar mi abismo fue porque quería mejores días para mí y mi familia. Y estaba convencido que, si no hacía algo al respecto, lo más probable era que aún a estas alturas estuviera tratando de juntar cada centavo para llegar a fin de mes. Esa es una trampa de la que, si no aprendes las reglas del juego, difícilmente puedes salir. Mi idea no fue conseguir dinero porque sí. Mi idea era no volver a pasar por lo que había pasado. Y para ello hacía falta más que solo tener dinero. Hacía falta tener conocimiento de las reglas del juego. Puedes tener mucho dinero, pero si no sabes las reglas del juego, más tarde o más temprano te quedarás sin él. En 1999 gente que tenía muchísimo más dinero que yo en los bancos también los perdió. Y aunque miles de años luz después les devolvieron sus ahorros, su valor real ya no fue el mismo. Recibieron su dinero con un 85% menos de su valor. Y como te dije antes mil dólares de hoy no compran lo mismo que mil dólares de hace un año.
Y hay quienes aún creen que ahorrar es buena idea. Son quienes ni siquiera se atreven a mirar hacia su abismo. Peor se arriesgan a cruzarlo. Los mismos que les han metido en la cabeza que ahorrar es de inteligentes los han convencido que enfrentarse al abismo es demasiado riesgoso. Y prefieren tener su dinero en el banco y rezar porque no vuelva a pasar lo mismo de aquella vez.
Cuando les dije a varios amigos que estaba ideando un plan que —en aquella primera ocasión me pareció prudente no llamar negocio a mi plan— podría sacarnos de apuros, me miraron con terrible fijeza y murmuraron con cierto reproche en sus palabras:
—No puedes hacer eso. Se necesita estar loco para hacer eso —y luego de varios segundos en los que parecieron meditar bien mis palabras, sentenciaron—: ¿Quién crees que confiaría en ti? ¿Y si lo pierdes todo? ¿Cómo aseguras que no fallará?
Por supuesto, no podía asegurarles que no fallaría. Mi plan no era infalible. Ningún plan lo es. Pero se puede minimizar los riesgos para obtener mayores posibilidades de no fracasar. De más está decirles que no confiaron en mí. Eran mis amigos. Tenían casi la misma necesidad que yo y buscaban lo mismo que yo. Y, sin embargo, no se atrevieron a desafiar sus temores. Miraron tan solo unos segundos sus abismos y huyeron despavoridos ante lo que les pareció una locura.
Hoy solo uno de ellos trabaja para mí. Trabaja para mí, no conmigo. Y todos ellos aún luchan por llegar bien a fin de mes. Quince años después ellos siguen estando exactamente donde yo les mostré sus abismos.
Triste, pero real. Hasta el día de hoy ellos aseguran que lo que yo tuve fue suerte. Sabían hasta el último detalle de mi plan a seguir, y siguen creyendo que el resultado es producto de la suerte. Conocían los pros y los contras y también les hablé de aquel monstruo de cien mil cabezas que debían enfrentar. Y como una especie de locura colectiva se niegan a aceptar que la suerte no tuvo que ver con el resultado. Dicen que para el que cree ninguna explicación es necesaria; y para el que no cree, ninguna explicación es posible. Puedo pasar horas y horas junto a ellos —como ya lo he hecho antes— tratando de explicarles nuevamente los detalles de mi plan, pero nunca conseguiré quitarles esa idea de su cabeza. Y con ese pensamiento, ellos también esperan que algún día —al igual que a mí— les sonría la suerte.
Es por eso que a veces la tontería del prójimo me deprime porque no importa cuántas veces o con cuánta intensidad insistas en hacerle ver lo que es tan obvio, él continúa metido dentro de su burbuja, convencido de su realidad. Se asemejan a la hormiga de un cuento que me contaba mi madre cuando yo era pequeño. Había una hormiga que nació a las seis de la mañana y murió a las seis de la tarde de ese mismo día. Murió convencida que no existía la noche. Y nadie jamás pudo convencerla de lo contrario. Su realidad solo se limitaba a ese pequeño lapso de tiempo en el que no existía la posibilidad de la noche. Del mismo modo existen personas, como mis amigos que, para ellos, al igual que aquella hormiga, no existe la noche. No se explican cómo alguien puede haber logrado todo lo que tiene con tan solo seguir un plan. Les parece una locura. Y sin embargo sueñan con tener mejores empleos, mejores sueldos, mejores ingresos o un buen negocio. No saben que ya tuvieron esa oportunidad y la desaprovecharon. La tontería del prójimo es querer todo eso gratis. Y en esta vida nada es gratis.
Como dije anteriormente, todo en esta vida tiene un precio y no siempre ese precio es en dinero. A mis amigos el precio a pagar por lo que querían les pareció demasiado alto. Y aún hasta hoy, después de ver el resultado en mí, después de que yo seguí el mismo plan que les proponía al principio, se niegan a seguirlo. Aún dudan que el plan funcione. Están convencidos que no existe la noche. Todos ellos todavía se cuestionan: ¿Y si no tengo suerte?
Y todos ellos pasan de los cincuenta años. En un par de años más tendrán una nueva excusa para no lanzarse al abismo: “Ya estoy demasiado viejo”. Lo siento por ellos, pero desgraciadamente mientras no acepten que deben enfrentar y vencer sus temores, no habrá nada ni nadie que pueda ayudarlos. Ni siquiera aquello que ellos llaman suerte. La frase “ayúdate que yo te ayudaré” refleja la firme convicción de que, si no hacemos nada por ayudarnos a nosotros mismos, difícilmente habrá ayuda divina.
Sabiendo esto es que trato, con este libro, de darte una luz para que puedas apoyarte en tu búsqueda de mejores días. Pero ciertamente esto depende más de ti y la pasión que le pongas que la suerte en la que te apoyes. Esta es una tarea más de fe en ti mismo y de que sí vas a lograrlo que ninguna otra cosa más. Es la convicción plena de que puedes cambiar tu situación y enfrentar a la bestia y a tu abismo para llegar hasta donde quieres.
Y no se trata de convertirse en alguien malvado o despreciable. No se trata de conseguir lo que nos proponemos a cualquier precio, sin tener conciencia de que nuestros actos dañarán a otros, no. Eso sería tan despreciable como volvernos delincuentes. Simplemente se trata de derribar aquellos miedos que nos tienen atrapados y que nos impiden alcanzar nuestras metas. Como lo hice yo hace quince años. La ventaja es que ahora es mucho más fácil llevarlo a cabo que hace quince años. La ventaja que tienes ahora comparado conmigo es que cuentas con la guía de este libro que yo, en aquel entonces, no tenía. La gran ventaja tuya será que tu prueba y error no te llevará mucho tiempo.
Si sabes lo que quieres y estás dispuesto a pagar el precio, adelante. Si te has animado a dar ese “salto de fe” y a “cerrar los ojos y lanzarte al abismo” y no quedarte para siempre atrapado en tus excusas, adelante.
La buena noticia es que, una vez que empieces a seguir el plan, este se vuelve más sencillo. A medida que enfrentes a la bestia, ésta huirá y se esconderá, y no podrá hacerte más daño. Enfrentar y matar a la bestia de cien mil cabezas será tu primer paso a seguir. Pero tranquilo, hay un refrán que reza “el león no es tan fiero como lo pintan”. Aquí ese refrán cobra vida pues una vez que enfrentas a la bestia, el miedo desaparece y te das cuenta que tus temores siempre fueron mal fundados. Cuando yo me enfrenté a la bestia, ésta me hizo sentir que me tragaría vivo. Parado en pleno mercado central, con un montón de papel higiénico, pasta dental, franelas de cocina para vender a la gente que pasaba por allí, sentí que me iba a morir de un infarto. Jamás en mi vida había sentido tanto miedo a “morir” como aquel día. Luego supe que todo eso que sentía lo provocaba la bestia para hacerme huir despavorido. Hoy siempre sonrío al recordar ese episodio.
Tomado del libro "Cómo conseguí Mi Primer Millón, sin dinero y sin empleo, en Bienes Raíces" disponible en Amazon y Smashwords y en este blog.

La mejor Persona que te puede CONVENCER para conseguir tus metas




Todo cambio personal que uno realice debe ser por convicción más no por obligación. Solo de esta manera podremos aceptar y adoptar un cambio de mentalidad que nos permita asimilar nuevos conocimientos y enfrentar los retos que sobrevienen a un cambio de actitud mental.

Sin ello no lograremos sobrevivir a una nueva etapa de aprendizaje. Es por eso que a la gran mayoría de las personas les resulta prácticamente imposible salir de su zona de confort y enfrentarse a ese cambio de mentalidad.

Solo la plena convicción de querer mejorar en cualquier sentido, puede darnos ese empuje y el valor suficiente para poder enfrentar cualquier adversidad. Y en lo que se refiere a emprender un negocio, el temor a lo incierto es todavía más abrumador.

Tener frente a nosotros a ese horrible monstruo de cien mil cabezas que amenaza con devorarnos no es nada agradable. 

Decidir enfrentar los temores que nos han tenido prisioneros desde siempre es uno de los mayores retos a los que podemos enfrentarnos quienes hemos decidido emprender un negocio.

Es cierto que la sensación de no contar con un cheque seguro a final de mes al comienzo es desesperante, pero te aseguro que el riesgo valdrá la pena. Valdrá la pena cada segundo de sufrimiento, cada noche de desvelo.

Pero esa decisión de cambio solo podrá venir de tu interior. La mejor persona que te puede convencer asumir el cambio de tu mentalidad no es tu mamá, no es tu esposa, no son tus amigos. Eres tú.

No hay nadie más indicado que te pueda convencer de asumir ese reto que tú.

Dicen que la palabra tiene poder y eso es muy cierto. En base a palabras equivocadas repetidas una y otra vez desde que somos niños nos hemos vuelto seguros de nuestras limitaciones.

Desde muy chicos escuchamos decir a todos quienes nos rodean que no podremos hacer tal o cual cosa. Que es imposible que podamos alcanzar nuestros sueños. Y si nos atrevemos a desafiar esa afirmación seremos los locos del vecindario.

Desde niño tenemos prohibido tener sueños de gigantes.

Solo es cuestión de revisar la mayoría de las biografías de aquellos que hicieron de sus sueños su modo de vida para darnos cuenta que a ellos también los consideraron locos por perseguir sus sueños.

En mi libro “El Gran Salto. Cuando la Pasión es más fuerte que el Interés” explico cómo nuestra pasión por hacer lo que amamos puede transformarnos la vida y llevarnos a una completa satisfacción personal y guiarnos al éxito.

Así como nos han programado desde chicos a limitar nuestra capacidad de soñar, sí podemos nosotros mismos empezar a desprogramarnos tomando la decisión de creer en nosotros mismo y querer y aceptar ese cambio.

De la misma manera en que empezamos a aceptar de manera natural el hecho de que las cosas siempre tienden a ser peores, podemos empezar a aceptar que las cosas podrían ser mejores; si, puestos a creer en algo, ¿por qué no creer que las cosas nos irán mejor de ahora en adelante?

Si debemos creer en algo, ¿por qué no aferrarnos a la esperanza que todo irá mejor?

¿Acaso no es mejor centrarse en que el vaso está medio lleno antes que obsesionarse en el vaso que está medio vacío? 

Al fin y al cabo, si en ambos casos tengo razón, ¿no sería mejor tener razón en la parte menos trágica?

Nuevamente: la mejor persona que te puede convencer eres tú. No existe nadie más allá afuera que logre ese milagro que tú mismo.

Y aunque al principio parezca algo tan imposible como un milagro, no es tan difícil. Eres tú mismo quien lo hace posible o imposible, al igual que con el vaso medio lleno o medio vacío.

Siempre dependerá de nosotros y de la perspectiva con qué miremos las cosas.

Tomado del libro "Cómo conseguí Mi Primer Millón, sin Dinero y sin Empleo, en Bienes Raíces" disponible en Amazon y Smashword


Multiplica tu dinero por diez en tan solo cinco años. Cómo aumentar el capital con muy poco dinero


Todos buscamos invertir nuestro dinero, por muy poco que éste sea, de la mejor manera y con los mejores rendimientos posibles y querer invertir nuestros ahorros, pero no tener idea en qué sería lo mejor y más conveniente para nosotros es un temor muy común en la mayoría de las personas.


Pedirle asesoría a un consultor financiero que no está ni de lejos dentro del mundo de las inversiones, es un error que en la mayoría de las veces se paga muy caro. Nos puede estar costando nuestros ahorros de toda la vida.


Actualmente existen inversiones que permiten entrar con poco dinero y pueden generar rendimientos desde el primer día, si eso es lo que realmente se quiere. Pero esta inversión limita nuestro capital y lo inmoviliza por el tiempo que pactemos tener ese capital invertido, que puede ser dos, tres, cinco o hasta diez años.

Invertir con apalancamiento para ganar más dinero



El apalancamiento financiero: utilizando deuda para financiar una inversión

El apalancamiento financiero no es otra cosa que deuda. Sin deuda no hay apalancamiento.


Y consiste en financiar una inversión mediante recursos ajenos (deuda o dinero de otras personas, que es lo mismo) en vez de financiarla únicamente con recursos propios.


Además, cierto apalancamiento es bueno, ya que abre las puertas a inversiones que de otra forma no se podría tener acceso.



También hay que tener en cuenta que cuando los niveles de apalancamiento son más altos los riesgos son también mayores, pero precisamente el rol de un empresario inversionista es gestionar el riesgo, minimizarlo, hasta que el riesgo que se enfrente sea un riesgo calculado.

El conocimiento es clave a la hora de gestionar el riesgo para minimizarlo e inclinar las probabilidades a nuestro favor


¿Cómo es correr un riesgo calculado?


Un ejemplo práctico sería si nos ponemos a invertir en bienes raíces sin conocer el sector inmobiliario donde vamos a invertir. Podríamos estar adquiriendo una propiedad sobrevalorada y en vez de obtener un rendimiento positivo sobre esa inversión, tendríamos un balance negativo.


El conocimiento es clave en estas circunstancias, es lo que suele llamarse inteligencia financiera.